miércoles, 9 de julio de 2008

EL CUENTO DE PERRAULT.PARTE 2

Barba Azul volvió aquella misma noche de su viaje, y dijo que había recibido cartas en el camino que le anunciaban que el asunto por el cual se había ido acababa de solucionarse a su favor. Su mujer hizo todo lo que pudo para demostrarle que estaba encantada de su rápida vuelta. Al día siguiente, él le pidió las llaves y ella se las dio, pero con una mano tan temblorosa, que él adivinó sin esfuerzo lo que había pasado.

—¿Cómo es que —le dijo— la llave del gabinete no está con las demás?
—He debido dejarla arriba encima de la mesa.
—No dejéis de dármela enseguida.
Después de aplazarlo varias veces, no tuvo más remedio que traer la llave. Barba Azul, después de mirarle, dijo a su mujer:
—¿Por qué tiene sangre esta llave?
—Yo no sé nada —respondió la pobre mujer más pálida que la muerte.
—No lo sabéis —prosiguió Barba Azul—. Pues yo si lo sé; ¡habéis querido entrar en el gabinete! Pues bien, señora, entraréis e iréis a ocupar vuestro sitio al lado de las demás que habéis visto.
Ella se arrojó a los pies de su marido, llorándole y pidiéndole perdón, con todas las señales de un verdadero arrepentimiento por no haber sido obediente. Hubiera enternecido a una roca, bella y afligida como estaba, pero Barba Azul tenía el corazón más duro que una roca.
—Señora, habéis de morir —le dijo— y ahora mismo.
—Ya que he de morir —le respondió ella mirándole a los ojos bañados de lágrimas—, dame un poco de tiempo para encomendarme a Dios.
—Os doy medio cuarto de hora —prosiguió Barba azul—, pero ni un momento más.
Cuando se quedó sola, llamó a su hermana y le dijo:
—Ana, hermana mía (pues se llamaba así), sube, por favor, a lo más alto de la torre para ver si vienen mis hermanos; me han prometido que venían a verme hoy, y si los ves hazles señas para que se den prisa.
Su hermana Ana subió a lo alto de la torre, y la pobre afligida le gritaba de vez en cuando:
—¿Ana, hermana mía, no ves venir a nadie?
Y su hermana le respondía:
—No veo más que el sol que irradia y la hierba que verdea.
Entretanto, Barba Azul que tenía un gran cuchillo en la mano, gritaba con todas sus fuerzas a su mujer:
—¡Baja enseguida, o subo yo por ti!
—¡Un momento, por favor —le respondía su mujer y, enseguida gritaba bajito: Ana, hermana mía, Ana, ¿no ves venir a nadie?
Y su hermana Ana respondía:
—No veo más que el sol que irradia y la hierba que verdea.
—¡Vamos, baja enseguida —gritaba Barba Azul—, o subo yo por ti!
—Voy —respondía su mujer y, luego gritaba: Ana, hermana mía, Ana, ¿no ves venir a nadie?
—Veo —respondió la hermana Ana—, una gran polvareda que se dirige hacia acá.
—¿Son mis hermanos?
—¡Ay, no, hermana, es un rebaño de ovejas!
—¿Quieres bajar de una vez? —gritaba Barba Azul.
—Espera un momento, por favor —respondía su mujer y, luego gritaba: Ana, hermana mía, Ana, ¿no ves venir a nadie?
—Veo ?respondió— dos caballeros que vienen hacia aquí, pero todavía están muy lejos... ¡Bendito sea Dios! —exclamó un momento después— son mis hermanos, voy a hacerles señas lo más que pueda para que se apresuren.

No hay comentarios: